¿Tienes Fiebre?
Camina ansiosamente de un lado a otro, a cada paso arriesgando al límite la sana-distancia. Nervioso, da un vistazo a través de las ventanas del supermercado local mientras que la fila detrás suyo crece y crece. “¿Va a haber suficiente para mí?” se pregunta temerosamente. “Uno... Dos... Tres,” cuenta las pacas de papel higiénico que desaparecen de los estantes mientras aumenta su ansiedad.
“¡Por fin!” murmura en voz baja, al pasar por el guardia quien le da la bienvenida con un ligero saludo un poco tembloroso. Las noticias de anoche resuenan en su imaginación: “Corona-virus provoca escasez de papel higiénico...
” Apretando los dientes bajo el estrés, a paso apresurado se dirige hacia el pasillo de la higiene. Al llegar, totalmente fuera de control, se acapara de todo el papel que queda en los estantes.
Con ojos amplios de incredulidad por la pobre condición de la tienda, la ansiedad y el miedo continúan tirando manipulando su corazón. ¡No tendrás suficiente! ¡Necesitas más!"
Los espectadores aturdidos comienzan a preguntarse: "¡Quizás yo tampoco tenga suficiente!" Ellos también se encuentran dando vueltas, encontrándose casi impotentes ante esta desgraciada clase de danza macabra.
Lanzándose de un lado a otro en este estado deplorable, comienza a sudar, sin darse cuenta de cómo su conducta contagiosa está infectando a otros, quitándoles la poca paz a la que habían podido aferrarse hasta ahora. Los que se encuentran en su camino contraen la fiebre también, dejando a otros igualmente temerosos como él.
Al llegar a casa, respira un aliento de alivio. “Debe rendir para las dos semanas de cuarentena”, tratando de tranquilizarse. Acurrucándose en la cama tarde esa noche, a la espera del dulce sueño.
Su mente se tambalea por los eventos del día como barco en la tormenta. “¿Por qué estuve así hoy?
Por lo regular soy una persona buena. Pago los impuestos, voy a la iglesia...” su lista de justificaciones parece no acabar, acechándole toda la noche. Cansado y desgastado al amanecer, se da cuenta de que no ha encontrado consuelo en su mente razonadora. Entonces algo surge en su corazón, algo que no había surgido en mucho tiempo. Comienza a preguntarse sobre los asuntos más profundos de la vida. "¿Es esto para lo que fui creado? Seguramente debe haber algo más... Si Dios realmente ama a la humanidad, debe tener un propósito para mi vida. ¡Debe haber un camino!"
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Un hombre sabio dijo alguna vez, “Si el hombre pudiera ver para lo que fue creado, le entristecería ver en lo que se ha convertido.”
¿Acaso el Creador del cielo y de la tierra deseo jamás que la humanidad se encontrase en tal estado tan lamentable?
Poco se dio cuenta nuestro protagonista, pero en realidad fue acarreado profundamente a territorio enemigo. Cuando digo enemigo, me refiero al tipo espiritual (ansiedad, miedo, avaricia, etc.), los que hacen la guerra al alma, buscando llevar a uno a un estado depravado, sin la imagen de Dios, que es amoroso, Amable y misericordioso. El mundo entero yace bajo la influencia del maligno, y de sus espíritus caídos.1
Cuando estos espíritus son “contraídos”, de manera similar al corona-virus físico, ejercen un efecto modificador o leudante sobre ti. Tristemente, una vez que eres infectado, te conviertes en un portador, contagiando a otros. Cuando das oído esta “mala levadura” alterará tu alma, causando que seas egoísta — que peques.
El brote reciente del corona-virus plantea un problema apremiante a medida que la sociedad comienza a ceder bajo la presión.
Parece ser que no hay ninguna faceta de la sociedad que aún no haya sido afectada por su presencia. Sin embargo, existe otra plaga enorme que azota a la tierra y ha estado devastando a la humanidad por milenios: el egoísmo. Este látigo ha mantenido a la humanidad bajo el yugo de la obscuridad, inadvertida de su propósito eterno. Si la humanidad fuese a experimentar verdadera libertad, esta antigua plaga del egoísmo debe llegar a su fin.
Hace alrededor de 3000 años, una serie de plagas fueron derramadas sobre la tierra de Egipto, causando gran angustia. Dentro de la tierra de Egipto habitaba un pueblo especial, un pueblo absolutamente necesario 2 para demostrar a las naciones circundantes y a toda la creación lo que había en el corazón de Dios. Su deseo hacia ellos era que pudieran entrar a la “Tierra Prometida” — una tierra libre-de-enemigos, sin opresión, donde la justicia fluyera como las aguas, a fin de que todos conocieran íntimamente las intenciones de aquel que los había creado.
Sin embargo, debían pasar por un tiempo de disciplina en Egipto. El propósito de tal disciplina fue el ablandar sus corazones para que así, una vez más, se acercaran a su Dios con todo el corazón y con toda el alma, viviendo sus vidas en consecuencia.
Los tiempos se volvieron tan difíciles en esta tierra que los israelitas recordaron a su Dios y clamaron a él con todas sus fuerzas. Dios escuchó su clamor con misericordia y ofreció una provisión para ser liberados de la plaga final, preparando el camino para su éxodo masivo fuera de esta tierra opresiva. Se dieron órdenes claras y explícitas, y tuvieron que ser obedecidas si iban a experimentar esta liberación.3
Esta disposición vino en forma de un cordero de Pascua, que debía ser sacrificado. Inmediatamente la sangre debía ser puesta sobre los dinteles de la puerta de la casa, y debían permanecer en la casa hasta el amanecer, una especie de cuarentena.
En obediencia amorosa, su confianza en Él los guiaría a través de una de las noches más oscuras que habrían de enfrentar. Haciendo eco en la oscuridad de la noche era el lamento de todos aquellos a quienes la plaga había tocado, aquellos que no tenían cordero de Pascua. El amanecer brillaría con gran favor sobre todos aquellos que le amaron lo suficiente como para obedecerle. Estos estarían siempre agradecidos de haber recibido su humilde disciplina, para poder discernir la autoridad delegada de Dios y obedecer en consecuencia. Este cordero de Pascua prefiguraba al “Cordero” de la Pascua aún mayor por venir: Yahshúa, el Mesías.
Los que escribimos este artículo traemos buenas noticias, en caso de que desees ser liberado de las trampas del egoísmo y de la infección demoníaca que éste acarrea. Esta buena noticia es que Dios, en su gran amor por la humanidad, envió a su Hijo Yahshúa para salvar a Su pueblo de sus pecados (es decir, el egoísmo)4. Si recibes esta buena noticia como tal, tendrás una vida abundante5 al producir el fruto del espíritu6.
Si alguno profesa ser creyente y aún es esclavo de estos espíritus caídos, e incapaz de producir el fruto de la obediencia, debe preguntarse:
“¿Estoy en la casa cubierta por la sangre? ¿He cumplido las condiciones de paz?”7 Al igual que los mandatos dados para ser librados del “Angel de la Muerte”, los mandatos del Evangelio deben también ser obedecidos para encontrar salvación.8
Por supuesto, no hay manera posible de obedecer estos mandatos sin estar viviendo de acuerdo al patrón de la Iglesia Primitiva en Hechos 2:42-47 y 4:32-35. Hechos 2:44 es el contexto en el cual se puede llevar a cabo el mayor mandamiento9 en toda su extensión, en todo momento. Al proclamar este tipo de amor, y este evangelio,10 el fin de esta era malvada,11 y el amanecer del reinado del Mesías sobre la tierra acontecerán.12
En las comunidades del Mesías es donde ya no es posible vivir para uno mismo, sino para Aquel que murió y resucitó en nuestro lugar13. Las condiciones de paz para esta maravillosa vida son bastante claras para todos aquellos que están dispuestos a hacer Su voluntad.14 Es vida por vida, sin excusas, renunciando a todo lo que uno tiene para ser su discípulo.15 Después de todo, si lo amas, le obedecerás.16
1 1 Juan 5:19
2 Isaías 49:6
3 Éxodo 12
4 Mateo 1:21
5 Juan 7:38
6 Galatas 5:22
7 Lucas 14:33
8 1 Juan 5:3; Lucas 14:33
9 Mateo 22:37-40
10 Mateo 24:14
11 Daniel 2:44
12 Apocalípsis 20
13 2 Corintios 5:15
14 Juan 7:17
15 Lucas 14:33
16 Juan 14:15