Yahshua Libertador
Una persona que se enfrenta a una muerte irrevocable, no duda acerca de la realidad del juicio. En ese instante sabe a dónde le lleva su vida, ya no puede seguir ignorando la voz de su conciencia.
Vio la muerte llegar, y no sólo percibió la realidad del juicio, como todo hombre a quien llega su hora… Él se encontró realmente compareciendo ante un juez, acusado y condenado a muerte. La espeluznante sentencia había sido pronunciada y al salir de allí tuvo que cargar con todo el peso de la culpabilidad.
La suya no fue una ejecución privada, ante unos pocos testigos requeridos por la ley. Sus conciudadanos presenciaron el horror de su caminar hacia el lugar donde terminarían por arrancar la vida de su cuerpo, desfigurado por el brutal trato de los soldados. Al verle, hombres fuertes palidecían, y las mujeres lloraban.
Antes que Él muchos hombres habían recorrido ya esa senda inexorable. La culpa de estos hombres sellaba sus destinos para toda la eternidad.Desplomándose, exhausto y a tropezones, llegó al lugar de la ejecución. En pocas horas de agonía, el espectáculo público llegó a su fin. Los que estaban allí le escucharon clamando a Dios al ser abandonado por Él... y seguro que lo fue.
Allí delante de los ojos del cielo y la tierra, acabó su vida. El peso de la culpa arrojó su alma justa a lo más profundo de la Muerte. Mas aquella culpa que cargó no era suya, sino nuestra. Él, voluntariamente llevó sobre sí la angustia que nuestros pecados merecían y en todo su sufrimiento no hubo queja ni amargura.
Su muerte fue el mayor acto de amor jamás demostrado. Su sangre inocente cubrió toda obra sucia que hubiéramos hecho, todas las cosas que reiteradamente hicimos en contra de nuestras conciencias.
Pasó tres días y tres noches en la Muerte y fue suficiente para pagar por el pecado de todos. El dolor que pasó fue suficiente. Incluso en la Muerte no hubo ni un poco de desconfianza o resistencia a la voluntad que su Padre tenía para Él. Por eso en poco
tiempo la angustia de la Muerte, en toda su intensidad, fue capaz de alcanzar lo más profundo de su ser. Experimentó un sufrimiento igual y aun mayor que el que los de corazón endurecido tendrán que pagar eternamente, aunque ellos seguirán echazando con sus razonamientos, la culpabilidad que pesa en sus conciencias.
Cuando había cumplido todo a lo que fue enviado, su Padre le resucitó de la muerte. Su inocencia hizo imposible que la muerte le retuviese. Con su muerte compró la tierra y todos sus habitantes. Con su resurrección se hizo Rey para todos los que le seguirían. Su Nombre — Yahshua — significa que Él es poderoso para salvar. Ese mismo poder que le resucitó de la muerte capacita a sus discípulos para amarse de la misma forma que Él nos amó. De hecho, rompe las barreras que separan a los seres humanos. Produce una vida de amor y unidad que evidencia que Dios ama a los hombres y que sacrificó a su Hijo para liberarnos.
Él es nuestro Libertador. Quienquiera hacer su voluntad puede venir a Él y ser librado de la Muerte. Dios, en su gran misericordia y amor hacia el hombre, proveyó la manera para que incluso el injusto y el depravado pudieran encontrar perdón y cambiar su destino eterno.