La voz de la primavera
Mateo 24 y el sermón del monte
Hace mucho tiempo, Yahshúa, el Mesías, habló con voz de profeta acerca de cosas por venir. Habló de los días más oscuros que la humanidad tendría que enfrentar; también, de señales aun por cumplirse, llenas de promesas de esperanza, la esperanza de una era de paz. Quizás nos estamos embarcando a días en los que sus profecías comenzarán a cumplirse.
Habló de guerras.
Una vez más, los cañones fueron detonados y los misiles fueron lanzados, mientras que las máquinas pesadas de acero avanzaban acompañadas de truenos aterradores. Mucha sangre se hizo correr… la gravedad siempre seguida por torrentes de lágrimas. Las grandes y terribles guerras de la humanidad han surgido de la misma sustancia primitiva que escabulle su sucia cabeza en los muchos y profundos asuntos de nuestras relaciones civiles. Aunque al mismo tiempo, decimos que anhelamos la paz.
Y de rumores de guerra.
La humanidad acumula armas, cada vez más poderosas y siniestras, en preparación antagonista; mientras que los soldados son preparados con la brutalidad necesaria para combatir en un día no muy distante e inevitable… en el cual las lágrimas correrán una vez más.
Si tan siquiera pudiéramos ver a donde nos llevarán las heridas, los rencores guardados y la amargura en la que nos refugiamos; podríamos darnos cuenta de que profundamente anhelamos llevarnos bien.
Se levantará nación contra nación.
La crueldad de la historia da otra vuelta detestable alrededor de una senda sin salida; la próxima generación recibe una herencia de pruebas convincentes de que somos esclavos de nuestra naturaleza caída. ¿Hasta cuándo aprenderemos? ¿Hasta cuándo? A menudo no nos damos cuenta de cuan atrapados estamos hasta que de verdad intentamos ser libres.
Y reino contra reino.
El apetito insaciable y descorazonado por estar en la cima, siempre va de la mano de la indiferencia y la insensibilidad hacia aquellos de abajo, que pagan el precio siendo aplastados. Generación tras generación inculca profundamente estos rasgos «caídos» en la siguiente; querer sobresalir, querer ser reconocido como algo grande, creer ser superior a los demás. Tratar a otros como si fuesen mejores que uno mismo es una virtud muy poco cultivada en la humanidad de hoy en día. Aunque la justicia levanta su voz y dice: ¿Acaso no somos todos miembros de una misma raza humana?
Habló de hambrunas.
Sigue siendo una burla injusta que en un planeta tan abundante como la tierra, muchísima gente sufra de hambre y necesidad. Es en la superficie de este planeta abundante, con sus sociedades altamente civilizadas, ciudades densamente pobladas y llenas de conforte y ocio, en la que tanta gente experimenta el hambre desesperado de la soledad que les carcome por dentro. ¿Se romperá alguna vez esta crueldad y maldición de injusticia?
Habló de pestilencia.
El ángel de la muerte baja de nuevo con la hoz en mano, listo para la cosecha; una plaga de fiebre se esparce por toda la tierra causando estragos a toda la raza humana. Al mismo tiempo, la gente se infecta de pavor ante este enemigo siniestro e invisible; todos sabemos que ésta no es la primera vez que el ángel de la muerte ha descendido… ni será la última. Todavía más terribles son los virus sociales que están provocando que la raza humana se desmorone y disuelva ante nuestros ojos. ¿Existirá algún refugio para la vida?
Habló de terremotos.
Todo aquello que parece firme, todo aquello que promete estabilidad, las mejores estrategias, los seguros más prometedores, y los muros más altos e impenetrables se comienzan a derrumbar al sacudir del suelo y al rugir del terreno bajo nuestros pies. Los temblores violentos de la vida que van más allá de tu control, causan que anheles aquello que es sólido y verdadero: la roca inquebrantable.
Saber que todo esto solo es el principio de los tristes dolores de parto que marcarán la culminación de esta era oscura, provocaría que cualquier mortal se estremezca.
Pero también sobre el apocalíptico campo de batalla; donde la luz y las tinieblas se enfrentan, donde el bien y el mal hacen la guerra; otro combatiente hace presencia. Esperando con anticipación, con ojos que aun se dirigen hacia arriba para divisar más allá de este mundo, y contemplar la eternidad, con corazones que reflexionan cuando divisan la majestad de las estrellas brillantes. Estos también observan el pasto tierno y verde que sale de la tierra; con esperanza, en medio de lo que al parecer no la tiene.
Esta gente especial, es llevada ante el consejo secreto de aquel que venció. Ante sus ojos, un antigua, inalterada e imperturbable declaración de gran promesa es revelada: ¡El día llegará en el que las tinieblas y la muerte dejarán de ser! Algún día la vida prevalecerá. El bien triunfará sobre el mal.
Así que ahora, la voz de la primavera se despierta; abre su boca para hacer eco de las enseñanzas dadas por Yahshúa; dirigidas hacia aquellos que tienen oídos para oír; lecciones para los tiernos de corazón. Él instruyó a aquellos que serían llamados sus discípulos.
Escondidas por toda la tierra, millones y millones de criaturas dan a luz la nueva vida, muy frágil y tierna; las madres cuidadosamente atienden a sus pequeños; indefensos, inocentes e inadvertidos de las plagas que rondan por la tierra. La voz de la primavera susurra su mensaje certero y firme, ratificando la verdad de su hacedor...
«Benditos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».
A pesar de que el invierno puede ser muy largo; y la muerte dolorosa, trágica y al parecer definitiva; la voz de la primavera siempre llega acompañada por un mensaje alentador; para no perder la esperanza, para no desanimarse. Junto a la voz del sanador, declara la verdad…
«Benditos aquellos que lloran, porque serán confortados»
Gloriosa y triunfante; con un manto de flores; con hermosos y suaves pétalos diseñados tiernamente; acomodados en destellos brillantes de todos colores; cada uno colocado con destreza; cada flor ondea sus banderas con las que al parecer se glorían diciendo: «¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!»
Mientras que las hojas retoñan, nuevos brotes surgen por doquier; en cada grieta y rincón bajo el calor del sol. La voz de la primavera que habla el lenguaje que solo los humildes son capaces de escuchar; en perfecta armonía con esta verdad…
«Benditos los mansos; porque ellos heredarán la tierra».
Aquellos que respiran con agradecimiento el limpio y fresco aire; apreciando el calor del sol después de la lluvia; creyendo siempre en la esperanza de que la verdadera utopía algún día llegará a este mundo enfermizo; también resisten a ceder a la desesperación, a pesar de que la lucha sea tan intensa; la voz de la primavera los anima con esta verdad:
«Benditos los que tienen hambre y sed de justicia; porque serán saciados».
Y para aquellos que han despertado al dolor a su alrededor; conscientes de que la vida no es más que neblina; demasiado corta como para desperdiciarla en momentos de amargura, sentimientos dolidos y pequeñeces semejantes; se ven impulsados a dar más de sí, a perdonar más, para que cada momento cuente. Aquellos que arden de compasión para encontrar soluciones a los problemas y darle sentido a esta era de vanidad y enfermedad. Aquellos que anhelan encausar toda su energía hacia causas nobles solamente, hasta dar el último aliento en aras por causar un efecto consecuente. A ellos, la voz de la primavera hace eco de esta verdad:
«Benditos los misericordiosos; porque ellos recibirán misericordia».
Cubriendo el cielo, la orquesta alegre de pajarillos, negándose a que su cantar sea silenciado pese a las tinieblas que envuelven la tierra. Estos toman el liderazgo, haciendo resonar el himno de la voz de la primavera; cantando, implorando y rogando a todo oído que quiera oír, a nunca olvidar esta simple verdad hablada desde el corazón del Sanador…
«Benditos los de corazón puro; porque ellos verán a Dios».
Así que, pese a la enfermedad, la tragedia, el caos, el temor, la confusión, la tristeza, la debilidad y los tiempos oscuros de la humanidad; sí, a pesar de todo eso; la voz de la primavera vibra con fuerza, aunque con mansedumbre; con suavidad, pero con majestad; rebosando desde una Fuente demasiado profunda para describirse con palabras; con un mensaje inextinguible y lleno de esperanza:
«Benditos los pacificadores; porque ellos serán llamados hijos de Dios»
Entonces viene la llamada. Sin importar tus miedos y fracasos; o tus debilidades y culpas; pese a tu dolor y cicatrices; o tu soledad y alejamiento; a pesar del horror, las atrocidades, la lucha injusta y difícil; tan real durante los momentos más oscuros en este planeta; nos unimos a la voz de la primavera y a la voz del Salvador de la humanidad diciéndo:
¡Vengan con nosotros, todos ustedes que están cansados y cargados! ¡Vengan y encuentren reposo! ¡Vengan al lado de aquel que triunfó sobre la muerte! ¡Vengan y reúnanse con aquellos que lo han hecho ya! ¡Vengan y aprendan el Camino del sanador de nuestras enfermedades! ¡Vengan y aprendan del que tiene el poder de la primavera!
Responder a este llamado causará que el reino de Dios llegue a la tierra, como lo es en el cielo, literalmente. La maldición será anulada. La muerte dejará de ser. La vida prevalecerá y el amor triunfará.
¡Por favor ven!