La conciencia
El conocimiento instintivo del bien y del mal
Al final de tu viaje, transcurridos todos los años de tu vida, tu destino eterno habrá quedado determinado de acuerdo a cómo escuchaste la voz de tu conciencia...
Tu conciencia es un testigo perfecto. Recuerda todos tus actos y pensamientos. Y aún más, sopesa y registra tus motivos, las razones por las que dijiste o hiciste algo. Es tu parte más honesta, la fuente de toda integridad, lo que más te asemeja a tu Creador.
Independientemente de la cultura, raza, o nación a que pertenezcas, la conciencia es común a todos los seres humanos. Es el aspecto más sensible que hay en tu interior, y es innato. Es el conocimiento instintivo del bien y el mal.
La conciencia es la voz de Dios que hay en tu interior que te anima a hacer lo que sabes que está bien, y a apartarte de lo que está mal. El Creador puede juzgar justamente a cada persona basándose en la libertad que cada uno tiene para elegir. Tú eliges de acuerdo a lo que tienes en tu corazón; lo que hay en él se muestra en tus obras y acciones.
Tú eres responsable de tus decisiones, ya sean buenas, o malas. Si no tuvieses la conciencia, no sería así, pero, el hecho de tener esa responsabilidad implica que se te van a pedir cuentas en el juicio.
Tu conciencia no tiene el poder de obligarte a obedecer, simplemente te muestra lo que está bien y lo que está mal; eres tú el que decide, por lo tanto, tú serás responsable de tus elecciones.
Así que cuanto más escuches tu conciencia, más podrás retener la imagen de Dios en tí. Te habrás mantenido sensible a su voz. De lo contrario, te irás endureciendo más y más. Tu verdadero carácter se revela en la manera en que tratas a los demás. Al fin, tus elecciones fijan tu carácter, y tu carácter determina tu destino eterno.
Y, ¿qué pasa con los que no creen?
¿Están condenados a la muerte eterna toda esa gente que nunca escuchó el evangelio?
La pregunta se cierne sobre la mente de muchos cristianos. Por increíble que parezca, la doctrina cristiana, tanto de protestantes como de católicos, presenta a Dios como un monstruo vengativo: Los hombres nacen totalmente depravados, merecedores de condenación eterna, independientemente de cómo vivan sus vidas, o de si han oído hablar de Jesucristo.
Esta representación de la justicia de Dios es mala y falsa. Aunque es cierto que nadie puede librarse de la muerte por si mismo; queremos aclarar, que no es verdad que un hombre esté condenado a la muerte eterna, sin importar cómo haya vivido su vida, y sólo porque nunca le bautizaron.
¿Cuál es la verdad acerca del destino eterno del hombre?
Después de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, Adán tuvo que vivir de acuerdo a ese conocimiento; teniendo que escoger hacer lo bueno y no lo malo. Aunque el hombre, en su condición caída, no pueda hacerlo perfectamente, Dios nos considera responsables de ejercitar la voluntad para vencer la tentación de hacer el mal
Muchos se esfuerzan por hacer lo que su conciencia les dice que está bien, se afligen cuando fallan, y hacen todo lo posible para compensar el mal que han hecho. Las personas que actúan de esa manera, poseen una justicia natural. Están persuadidos, es decir, creen que Dios es bueno y que juzgará a los hombres con justicia.
Valoran la dignidad de la vida, reconocen la imagen del Creador en la naturaleza y su prójimo. Trabajan duro y son fieles en sus matrimonios. Se esfuerzan por inculcar sus valores morales en sus hijos y aceptan el sufrimiento sin llegar a amargarse. Tratan de mantenerse con buena conciencia, y Dios no desprecia su esfuerzo.
Es cierto que todos los seres humanos pecan y que se quedan cortos de la gloria de Dios; pero no todos la pierden por completo. Gloria significa peso, o valor. Antes de la caída, Adán tenía un gran valor, estaba hecho a la imagen de Dios; cuando cayó, la imagen de Dios en él quedó desfigurada, pero no la perdió por completo.
A los ojos de Dios, el hombre es aún portador de Su imagen y toda persona tiene mucho valor para Él. Los que no respetan la imagen de Dios en su prójimo, se acarrean graves consecuencias.
El hombre aún nace a semejanza de su Creador y retiene su valor intrínseco en el grado en que viva por el conocimiento del bien y del mal inherente a su conciencia. Aunque nacemos con tendencia a pecar, podemos hacer el bien que nuestra conciencia nos dicta, y somos responsables por ello, y también de apartarnos del tipo de pecados que nos harían merecer una muerte eterna