Es un monstruo grande y pisa fuerte

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¿Mamá, cuándo se me cayó el rabo? Esta fue mi primera crisis existencial. En mi mente, la de una niña pequeña, no podía entender cuándo mi cola de mono se me había caído, ya que mi madre me había dicho que todos fuimos monos una vez. Este era el comienzo de un duro trayecto de entender quién yo era, de dónde venía y para qué había nacido y vivía.

En los primeros años de mi adolescencia lo que más me gustaba hacer era, durante aquellas reuniones familiares, escuchar las ardientes, condimentadas y apasionadas conversaciones de política. Mi familia tenía una honda huella política. Mi madre había pasado toda su juventud en el exilio, escapando de un país en dictadura militar. En sus intensas conversaciones se podía sentir todavía el gusto del ideal agazapado, que había querido ser y no había sido. Después de tanto sufrimiento, y de nuevo en su país (ya que la dictadura militar había terminado), nada había cambiado. ¡Me asombraba tanto su pasión! Todavía tenía en ella esa chispa que decía: ¡TIENE QUE LLEGAR UN CAMBIO, NECESITA LLEGAR UN FIN A LA INJUSTICIA! Esa semilla fue plantada en mi corazón... y comenzaba a echar raíces, como un pequeño fuego, o como el comienzo de la sed.

¡Había tantas posibilidades delante de mí! Tantos eran los músicos, y tantos los mensajes, tantas eran las luchas, y tantas las ideologías. Tanta diversión y tanta preocupación al mismo tiempo.

Por momentos paraba a pensar. ¿Acaso soy feliz? Sí. Soy feliz, porque amo la vida, pero ¡estoy desesperada! ¿Es que todos los demás están conformes? Pues así me parecía muchas veces. Parecía que todos mis amigos podían ser plenamente felices en nuestros delirios. ¡Ojalá yo pudiera estar completamente satisfecha! ¡Ah, esa semilla! Es que no estaba conforme con como eran las cosas. “Algo debo hacer”, pensaba.

Al mismo tiempo inevitables decisiones debían ser tomadas, pero ¿cuál era la fuente de mi sabiduría? ¿He de irme a trabajar? ¿En qué? Las posibilidades eran tan pocas, y el terror de caer inmersa en el sistema me hacía querer escaparme, huir. Lo que la sociedad ofrecía (o imponía) estaba muy lejos de lo que mi corazón me urgía a hacer.

¿O mejor estudio una carrera? ¿Cuál? Todas me parecían sin sentido. No eran dignas de lo más valioso que tenía (mi vida y mis fuerzas) y no contribuían para nada en cambiar el rumbo de esta sociedad decadente y opresiva.

Como abeja que prueba todas las flores, así iba probando diferentes caminos. Algunos se parecían un poco a un propósito, a un entender la vida, pero de alguna manera no podía volcar todo mi ser en ellos... no había un futuro real que prometiera un verdadero cambio, una verdadera respuesta a mi aflicción. Tenía un hueco en el alma, y estaba cada vez más sola. Mis amigos eran mis buenos amigos, pero en el fondo sabía que nadie me entendía. Era una buscadora insatisfecha, sin guía ni rumbo. Como dice la canción, quería que “la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”.

Me sentía como un pequeño insecto enfrentándose a un monstruo grande y poderoso. A veces me daba miedo saber que algo andaba muy mal con este mundo, y conmigo misma, y que no tenía ni idea qué era. Ya me había cansado de apuntar con el dedo a supuestos “culpables”. Podía ver que había algo más detrás de todo el mal que padecía la sociedad. Era como si una fuerza de maldad extendiera sus redes invisibles en todas las direcciones, como una lepra que contaminaba hasta los ambientes más íntimos de la vida de una persona. Separaciones, peleas, mentiras, rencores, maltrato, infidelidad... eran todos rastros de ese mal. ¿Cómo podré evitar que este gran monstruo me aplaste?

De a poco me iba alejando de aquellos sueños de justicia, de la lucha empuñada, y del grito libertario. Todo eso era parte del mismo sistema que odiaba cada vez más. No hallaba en ningún ambiente de supuesto cambio la verdadera libertad de vivir por las profundas convicciones que estaban firmemente plantadas en mi alma. Algo faltaba adentro mío...eso era lo más desesperante. Aquellas pequeñas cosas que en un principio me  habían causado satisfacción, carecían ya de relevancia: ser una buena y estudiosa joven; andar por ahí en las noches con mis amigos; estudiar; saber; luchar ...

Finalmente un día pensé. ¿Será que entonces existe el espíritu? ¿Hay una energía superior? ¿Alguien que tiene una respuesta, que sabe algo más que hasta ahora nadie me ha contado? Tengo que encontrarlo. ¿Qué libro guarda esa verdad? ¿O qué maestro espiritual me guiará a ella? Me voy, me voy a encontrarlo. Tomé mi mochila y salí. Durante mi viaje algo me decía que ya no volvería a casa, que iba a encontrar mi lugar. Miré la luna llena y en lo profundo de mis pensamientos, de mi querer y de mi sentir dije: “Si existes, Dios o algo, espíritu, energía o algo; guíame a algún lugar... a ese lugar. Quiero que me guíes...”

Así me dejé guiar, paso a paso por el destino, o Dios, o la vida…no lo sabía. Sólo sabía en cada paso que la búsqueda continuaba, mi profunda insatisfacción me lo decía. En esos días me encontré leyendo un libro que me prestaron. La última página se cayó, y al final leí PAZ. En un segundo estallaron en mi mente mil imágenes en las que el planeta sufría por falta de paz. Como una fuente brotó dentro de mí aquel, casi olvidado deseo, de hacer algo por la paz y la justicia. ¡Esa semilla estaba aún ahí! Miré al cielo, desbordando el deseo más profundo que yo conocía: ¡Dios, llévame a un lugar donde mi vida pueda servir para traer paz al planeta!

Ahora sé con toda certeza que Elohim escuchó mi grito. Él no es quien yo pensaba que era. Él es el tierno y amoroso Creador que le dio al árbol cortado la esperanza de volver a brotar, que le dio al río la fuerza de superar innumerables obstáculos y seguir fluyendo, que le dio también al indefenso pajarito alas que lo despegan enseguida de todos sus devoradores; Él es quien le ordenó al sol que jamás nos prive de su luz, y a la luna que nos guíe en nuestras oscuras noches, él es además el que viste de nubes el cielo para que derramen lluvia sobre la tierra. Él es quien me creó, maravillosa y perfectamente y puso en mí el anhelo de vivir por mi conciencia y mi corazón.

Lo encontré en la Comunidad de las Doce Tribus, donde personas derraman sus vidas y sus fuerzas cada día para traer un nuevo orden social a la Tierra, un orden donde el amor, el cuidado, el respeto reinan. Esta es la piedra que Daniel vio en su sueño. No es obra del ingenio humano, sino que es el plan del Creador, su manera de poner un fin al gran monstruo.

Si tú estás aterrado contemplando ese gran coloso, ese monstruo que pisa tan fuerte, puedes huir a refugiarte al Reino de la Piedra, un nuevo reino que jamás será destruido, y que pondrá fin a todos los anteriores, destruirá sus corruptos fundamentos y establecerá el amor como su fundamento.

Eshet Chayil